Rocío se moría de ganas por tener una mascota, y tras haber agotado todos los «mami! quiero un poniiiii !» y ver que no había manera de convencerme (entenderme, a mí también me encantan los ponis, si tienen alas y el pelo rosa, más) optó por unos caracoles que nos habíamos encontrado dando un paseo el sábado.
Al principio les pusimos comida y los metimos en una cajita de plástico, pero al ver que si los dejábamos fuera en el patio, por muy rápidos que fueran a las 10 horas no había recorrido más de 3 pasos, y también gracias a que Pablo insistió mucho en enseñarles a los niños a respetar a los animales y dejarlos en libertad (porque los caracoles son salvajes y no pueden vivir en cautiverio) se decidió dejarlos fuera de la caja (ya veremos cuanto tarda Nico en darles un pisotón, morirán libres pero chafados).
Así que a Rocío se le ocurrió hacerles una casita. Eh! pero una casita de lujo, con su chimenea, sus escaleras, su puerta retráctil (para que entren y salgan a su antojo) sus ventanas con cortinas, … vamos, todo lo que un caracol puede necesitar.
Ahora son los caracoles más envidiados del barrio, que pena que no lo aprecien tanto como a Rocío le gustaría.
Si te sirve de consuelo a Tinín le encanta chafar los caracoles porque piensa que asi estan más libres ….. pobre de ellos jajajaj