Mi querida Rocío. Hace unos años te escribí un carta contándote todo lo que había aprendido siendo tu madre y lo agradecida que estaba de tenerte. Pero nunca te he contado como fue tu llegada al mundo y creo que es una historia bonita para compartir.
La verdad es que es una historia tan sencilla y tierna como tú. -Me estoy empezando a plantear que las historias de vuestros nacimientos representan muchísimo el carácter que tenéis cada uno de vosotros.-
Quería Rocío, esta es tu historia
Apenas hacía un año que habíamos celebrado nuestro primer aniversario de boda y ya estaba embarazada de ti. Y te voy a decir una cosa: el primer año no fue fácil.
Éramos de la vieja escuela y cada uno vivió en casa de sus padres hasta el día de la boda, aunque ya teníamos una preciosa casa lista para empezar a formar una familia. Una casa pequeña y acogedora, diferente al resto de las casas, o al menos eso me parecía a mí.
La cosa es que empezar a convivir con una persona … necesita su tiempo de adaptación. Tiempo de conocer al otro y de conocerte a ti, que también es importante. Si además le sumas que ni tu padre ni yo nos habíamos interesado nunca por las labores domésticas, … el resultado mejor ni te lo cuento. Sólo te daré un dato: no estábamos de acuerdo ni de como teníamos que plegar los calcetines. En fin, tonterías.
Pero contigo en camino la cosa cambiaba. Era el momento de focalizarse en lo verdaderamente importante, nuestra familia.
Mi embarazo contigo fue un el típico de manual de embarazada primeriza. Una mezcla de intensos sentimientos: una ilusión irracional, que me hacía soñar con lo fantástico que sería todo contigo; y una incertidumbre un poco absurda, un miedo a lo desconocido por todo lo que se escapaba a mi control. Así fue mi embarazo, una montaña rusa de sensaciones.
Si las emociones se desbordan cuando estás embarazada, en una primeriza se multiplica. Una mezcla de susto y confianza.
Yo, particularmente, toqué techo el día que en las clases de preparación al parto (je je, contigo sí fui a las clases) me enseñaron cómo tenía que respirar en el momento de tenerte. Llamé a papá nada más salir: «cariño hoy nos han enseñado a respirar» le dije agobiada. «Imagínate que llega un tsunami, está a punto de caer un meteorito y te persigue un dinosaurio, … imagínate como correrías para ponerte a salvo y como te faltaría el aliento. Así me han dicho que tengo que respirar »
Ahí fui más consciente de mis miedos … ¿qué clase de experiencia iba a vivir el día de tu nacimiento para tener que respirar así? Después de ese, vinieron más miedos. De esos tontos que no cuentas a nadie porque intentas convencerte de que todo irá bien.
Pasamos 9 meses juntas. Desde el principio me dejaste bien claro que te habías unido a mi vida y me lo recordaste cada día de los 3 primeros meses cada vez que vomitaba cualquier cosa que comía. Me diste una tregua los 3 siguientes y volviste al ataque los últimos con un apetito voraz. Parece que le pillaste el gusto a la comida, porque tenía un instinto depredador y me zampaba todo lo que encontraba en mi camino.
Con los 20 kilos que engordé aprendí mi primera lección de madre, de las muchas más que me darías. Con la maternidad, el cuerpo de una mujer cambia.
Tus estrías, el pecho colgón, la barriga flácida o las mollitas de alrededor de la cadera, todo está ahí para recordarte lo mucho que has hecho por tus hijos.
Y aunque fue un embarazo muy tranquilo, en cuanto nos descuidábamos te hacías notar. Como en aquellos momentos que le quisiste dejar claro a papá que los antojos no eran solo cosas que pasaban en las pelis de risa, que tu querías horchata con fartons caseros sin importar la hora que fuera. Y allí que íbamos en su búsqueda, no sea que a la niña le salga un mancha con forma de horchata con fartons en medio de la cara (o eso decían las abuelas).
Desesperadita me tenías. Semana 41 de embarazo, ya habíamos pasado la fecha probable de parto y tú que no querías salir. Tú, yo y mis 20 kilos de más.
Yo, que había visto tantas veces en la tele cuando de repente la embarazada rompía aguas en medio del supermercado o en el autobús, y ya estaba concienciada para actuar como la actriz protagonista. Me dejaste sin poder hacer la actuación estelar.
«Verde, aún estás verde, ver dentro de un par de días», me decían los médicos. Yo creo que más bien estaba negra. Ni siquiera sabía muy bien qué tenía que sentir para ir al hospital de urgencias. -Ese es otro de los miedos de toda primeriza: tienes que sentir contracciones lo suficientemente fuertes que para no sean las contracciones de Braxton Hicks y lo suficientemente seguidas para que indiquen que estás de parto. A mí cualquier contracción me parecía lo suficientemente fuerte para ir al hospital.-
El 1 de octubre por la noche, después de haberme zampado un par de creps (tenía que alimentar a los 20 kilos de mi cuerpo serrano) me fui a la cama y empezó la fiesta.
Fuimos al hospital y me dijeron que había llegado en el momento justo. Menos mal que acerté.
Entré sola a la sala de dilatación. Dejaron a papá fuera aún no sé muy bien porqué, era de madrugada y no había casi movimiento en la sala. Pero le dijeron que tenía que esperar. Ahí estaba yo, asustadita como un pollito en un momento crítico de mi vida (no por peligroso, sino por importante) monitoreada y controlada por las enfermeras.
Papá entró un rato a verme y suertuda de mi, ¡me pusieron la epidural! No las tenía todas conmigo, en los hospitales públicos no te aseguran que el anestesista esté libre para poder pincharte, al parecer las parturientas no somos prioridad. Pero conmigo se alinearon los planetas, parece que me trajiste suerte.
Al rato papá se fue y me llevaron a hacer una prueba. Al parecer en el monitor salía un posible sufrimiento fetal y decidieron quitarte un pelo denla cabeza para confirmar que la cantidad de oxigeno que te llegaba era el correcto, o algo así entendí yo. Por suerte, y pese al susto, estabas como una rosa.
En eso llega mi madre, la yaya siempre intenta «colarse» en el parto. Se pone su bata de enfermera, les dice que es compañera del hospital y le dejan entrar. Y menos mal que por fin veía una cara conocida entra tanta enfermera (la visita de papá fue vista y no vista).
Empieza el parto de repente. ¿Tú sabes qué es la maniobra Kristeller? pues yo tampoco, pero lo aprendí ese día justo en el momento en el que una enfermera se coloco encima mío y me dio un tremendo golpe en la barriga para dar a luz. Ahí estaba yo, dormida de cintura para abajo por la epidural, asustadita perdida, y con un golpe que me hizo vomitar todo lo que había cenado. Y en ese preciso momento momento naciste tú.
-Desde aquí un saludo a la enfermera que me hizo la maniobra de Kristeller e hizo que me perdiera el momento del nacimiento de mi hija-
Aún no sé por qué quisieron que fuera todo tan rápido si no había riesgo ninguno, por qué querían que fuera tan deprisa si no había nadie de urgencia más a la que atender, y lo más importante … por qué no avisaron a papá.
Exacto, se olvidaron de lo más importante, faltaba el padre. Pero no te preocupes Rocío, desde ese momento papá no se volvió a despegar de ti. Él está siempre en los momentos más importantes de tu vida.
El parto es una de las experiencias más importante de la vida, das a luz a una nueva persona, y debes vivir ese nacimiento con tranquilidad, seguridad y el amor y acompañamiento de tu pareja. No como si estuvieran despachando churros en la feria. En fin.
Minutos después de tu caótico nacimiento nos encontramos los dos en la habitación (compartida con una familia de origen chino con unas costumbres un pocos raras) intentando cambiarte tu primer pañal. No fuimos capaces, je je ¡qué horror decir esto, pero tuvimos que llamar a la enfermera para que nos echara una mano!
Desde ese primer cambio de pañal todo nos es un poco más enrevesado por el simple hecho de ser la primera. Es lo que tiene ir rompiendo moldes.
No ha sido fácil, ya lo sabes, tampoco difícil. Simplemente estamos aprendiendo juntos desde el minuto uno. Y me encanta.
Y así, como tu historia de nacimiento eres tú, mi pequeña gran Rocío: sencilla, dulce, tranquila, pero inesperada al mismo tiempo. Y siempre nos estás enseñando algo nuevo.
Que bonito! Creo que voy a tener que escribir una carta para entregarsela a mi hijo dentro de muchos años y poder explicarle cómo fue su llegada al mundo. Me inspiraste! Y casi que me haces llorar. ¿Serán las hormonas?
Es genial escribirlo. Si no lo hacemos se nos olvidan detalles preciosos de ese día.
Rocío, ni niña.
10 años
Felicidades con retraso y mil besos
Bello bello me encantó
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regards
Mike
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